lunes, 2 de mayo de 2011

Bravía, inexpugnable, imbatida y orgullosa (I)

A pesar de las temperaturas suaves, el invierno en Cartagena se deja  sentir, de un lado la humedad, esa humedad terrible que cala hasta los huesos traspasando cualquier prenda de abrigo, de otro lado las viviendas están pensadas como albergue contra la canícula y no para refugiarse de los fríos invernales, menos mal que esta es tierra de primavera temprana.
La llegada de la Primavera es un acontecimiento que se espera en la ciudad con impaciencia. Puede ser un buen  día de finales de febrero o en la primera mitad de marzo,  esta llega sin avisar, así de sopetón, en pugna con el viento, otra constante en Cartagena, un aliado a la hora de paliar los calores del verano y que en febrero resulta francamente molesto, hasta que, finalmente, el cielo se vuelve más azul, si cabe  en este rincón  mediterráneo,  el ambiente huele a claveles, a fresillas, a geranio, a azahar… el viento se transforma en brisa que acaricia y agrada ¡Ya está aquí! Ha llegado la estación de la renovación de la vida.
Un domingo, cuando comience a despuntar la Primavera, oiré rumor de tambores, me asomaré a mi balcón cartagenero y los  veré desfilar, una vez más, marciales y airosos, a los sones de sus alegres marchas. Lo haré con la idéntica ilusión con que lo han hecho  generaciones enteras de cartageneras desde finales del s. XVIII, un siglo después de su creación en 1.685. Polainas, medias, guerrera y morrión: son  los granaderos.

domingo, 17 de abril de 2011

De Historia y de Leyendas


Las reliquias de los  Santos
 

Restos de San Fulgencio y Santa Florentina.
San Juan Bautista (Berzocana) **
 “De cinco lenguas maravillosas formó la Divina Providencia la cándida corona de la Casa, castillo, o casto lirio de Severiano, pues de las lenguas de sus cinco hijos se oyeron filtros tan poderosos, que desterraron serpientes venenosas arrianas, formando asimismo tan dulces y católicas consonancias que atrajeron a estos reinos al católico dominio y pacífica obediencia de la Romana Iglesia”.*
Si excepcionales fueron la inteligencia y las  virtudes que llevaron  a los cinco hermanos  a ser figuras protagonistas en la unidad de España bajo la Fe Católica y referentes culturales en la Alta Edad Media Española esta circunstancia tiene como consecuencia, además de la pervivencia de su memoria en el tiempo, la aparición de historias y leyendas sobre su enterramiento y lugares de veneración.

De Historia y de Leyendas

Los 5 Santos de Cartagena


Jarrón con azucenas en el Imafronte de Santa María de Cartagena
en Murcia
  Yo no soy una historiadora, soy una contadora de historias y, como las abuelas de antaño, pretendo transmitir a quienes quieran oírme narraciones,  pequeñas historias, longevas  unas, recientes otras pero con el atractivo de lo que raya en lo  misterioso; cotidianas y sencillas a veces, en  ocasiones sucesos extraordinarios, siempre desde el amor a una tierra, nuestra Cartagena, cargada de Historia grande,  y de historia menuda, de lo grandioso y sublime a lo tierno y ordinario pasando por lo legendario. Sí, sí, lo legendario,  y es que, sinceramente,  esforzándome en desnudar  mi entendimiento  de todo subterfugio,  desde la Razón pura y dura, no me queda otra que pensar que detrás de cada Leyenda existe una realidad, tan fuerte que ha llegado a nosotros transmitida de padres a hijos, de generación en generación.

sábado, 26 de marzo de 2011

El ausente

La Navidad de 1,984 fue, como todas las navidades desde que ocurriera la tragedia una mezcla de diversas emociones: añoranza, melancolía, gozo por tener a los hijos de nuevo junto a ella, satisfacción al ver a los niños crecer sanos y felices y un cierto aturdimiento, estaba acostumbrada a vivir sola con sus recuerdos y el alboroto de las fiestas desordenaba un tanto su tranquila existencia.

¡¡Encontraré el azahar!!

Cuando cualquier  Domingo de Resurrección la puerta de Santa María de Gracia se cierra definitivamente ocultando al pueblo, emocionado, la bellísima y entrañable imagen de María del Amor Hermoso, nuestra Madre, cuando, cualquiera de esos días,  hayamos aplaudido por última vez al piquete que acompaña a nuestra Virgen hasta su casa y emprendamos emocionados, meláncolicos y advirtiendo por primera vez el cansancio acumulado durante nuestra Semana de Pasión, esa semana de nueve días, que, comenzando con el primer tambor que rompe el silencio en las proximidades de la Catedral de Santa María la Mayor, iniciando la salida del Cristo del Socorro, terminará con un adiós lleno de ternura y calor del que acabaremos de ser testigos y protagonistas, los cartageneros habremos asistido a dos acontecimentos clave en el desarrollo de esa semana transcendental para nosotros.

25 de julio del 37. Un leño en el mar

Desde el mar la Muralla de Carlos III, que en siglos pretéritos protegiera la ciudad, parece empinarse para recibir una vez más el beso de las olas que antaño juguetearon a sus plantas y, creyéndose todavía amparada por sus muros, la vieja Alcazaba testigo en la paz y en la guerra de los momentos de gloria y de miseria, de los amores y desamores, de las alegrías y las penas de la dama que aún guarda: