sábado, 26 de marzo de 2011

25 de julio del 37. Un leño en el mar

Desde el mar la Muralla de Carlos III, que en siglos pretéritos protegiera la ciudad, parece empinarse para recibir una vez más el beso de las olas que antaño juguetearon a sus plantas y, creyéndose todavía amparada por sus muros, la vieja Alcazaba testigo en la paz y en la guerra de los momentos de gloria y de miseria, de los amores y desamores, de las alegrías y las penas de la dama que aún guarda:
Nuestra ciudad (Salmántida, Mastia Tarseion, Qart Hadastht, Carthago Nova, Carthago Spartaria, Qartayyanna al Halfa, Cartagena, como prefiráis, que de todas esas formas, entre otras, puede nombrarse pues así se ha hecho a lo largo de su muy dilatada y densa Historia) como os decía a los pies de la Alcazaba se extendió, hasta hace muy pocos años, replegado tras las sucesivas y colosales murallas que le dieron refugio, el Bº de la Gomera cuyo edificio más importante fue la Catedral de Santa María la Mayor, que aunque muy malherida por el tiempo y las manos del hombre sigue en pie recordándonos que, según cuenta la tradición, en su solar se ubicó la primera iglesia de España.

Como todos sabemos, en el entorno de la Catedral, en lo intrincado de sus empinadas callejuelas que serpenteaban como buscando una altura desde donde poder ver el mar, el sempiterno mar anunciado por el eterno olor salobre y el no menos eterno graznido de las gaviotas, tuvieron lugar muchas de las leyendas en las que nuestra tierra es tan prolija como lo son sus años y su Historia, y gracias a la tradición y a esas leyendas transmitidas de padres a hijos, de generación en generación, en nuestra memoria podemos ver al Cristo Moreno cabalgando sobre las olas, como posteriormente lo hiciera nuestra venerada Virgen de la Caridad, y podemos transportarnos al prodigioso momento, 13 de marzo de 1.689, en el que un angustiado padre, Don Pedro Colón de Portugal de la Cueva y Enríquez, Duque de Veragua y Capitán General de las Galeras de España, se arrojaba ante ese mismo Cristo Moreno suplicando y consiguiendo la curación de su hijo Manuel, hecho que, de todos es sabido, daría lugar a la fundación de la Cofradía del Cristo del Socorro que ha llegado hasta nosotros a pesar de las vicisitudes a las que se ha visto sometida a lo largo de los tiempos. Desgraciadamente, el Cristo Moreno, artífice del milagro que la hizo nacer, se perdió en la trágica tarde del 2 septiembre de 1.936 y aquí arranca la historia que quiero compartir con vosotros tal como me la contó Gerónimo Martínez Montes, entrañable hermano cofrade californio y del Cristo del Socorro que espero que deje por un “ratico” de vender lotería y de organizar procesiones allá en el Cielo y me eche una “manica” para que pueda transmitírosla con un “poquico” del encanto con el que él me la refirió:

Aquel año 36, la Feria de Cartagena, entre los días del Carmen y Santiago, vino teñida de tragedia; el llamado por unos Glorioso Alzamiento Nacional y por otros sublevación de África coincidió con los primeros días de esa semana. En Cartagena, dada su importancia militar, las mencionadas fechas se vivieron con especial angustia, angustia muy justificada por otra parte dado el terrible asedio a que se vería sometida, los bombardeos inmisericordes que padeció la población, los llamados “paseos” de inocentes civiles, el duelo permanente en casi todas las familias. En esta tierra de gran tradición castrense eran muchos los jóvenes que buscaban su futuro en la milicia y por lo tanto era rara la casa en la que no se lloraría la pérdida de uno o varios de sus miembros, padres, hijos, hermanos..., la hambruna que aún recuerdan los más ancianos del lugar, que no cesaría sino que se intensificaría con el término de la contienda dejando en la memoria colectiva de los cartageneros un doloroso recuerdo que perduraría durante muchas generaciones; pero no adelantemos acontecimientos.

Situaciones como las que se vivían en aquellos momentos son el mejor caldo de cultivo para hacer salir a flote lo mejor y lo peor de los seres humanos; frente a actitudes verdaderamente generosas, el odio contenido dejo de serlo, el revanchismo se abrió camino dejando vía libre a la sinrazón y todo ello unido a la ignorancia desencadenó la destrucción de los templos y del patrimonio de las iglesias, así como del de las cofradías de Semana Santa.

El 2 de septiembre una turbamulta enardecida y soez, entre risotadas brutales, arrasó iglesias, imágenes, vestiduras procesionales, profanó vasos sagrados, etc. en una especie de sacrílega e inmensa borrachera de la que muy poco pudo escapar.

En honor a la verdad, sus componentes no eran en su mayoría cartageneros sino elementos alborotadores venidos de lugares no muy lejanos con el objetivo de destruir aquellos objetos de veneración sin advertir su valor artístico y económico; no obstante, para el ciudadano medio, éste, aunque fuera incalculable, carecería de importancia frente al de la devoción y el culto que inspiraban; pues bien: tras saquear, profanar y destruir cuanto a su paso hallaron en las cofradías de Semana Santa y en las iglesias situadas en la parte llana de la ciudad, exceptuando la Consagrada Iglesia de la Caridad, donde el pueblo de Cartagena, encabezado por personas destacadas de la izquierda y prostitutas que bajaban de los burdeles del Molinete para defender el templo que guardaba a la Virgen, que tanta devoción supo inspirar, impidió que se consumaran sus propósitos.

Tras la bacanal destructora que arrasó la casi totalidad del arte sacro, patrimonio cartagenero, esa chusma enardecida, todavía  insatisfecha, ascendió hasta la Catedral, regida en aquél entonces por los Padres Misioneros del Corazón de María, para continuar su obra demoledora ante el horror de los vecinos que, a su paso, cerraban ventanas y postigos impotentes ante semejante ímpetu devastador.

Penetraron en el recinto rompiendo la paz, el frescor y el silencio que, imagino, reinaban en su interior y procedieron a continuar con sus actos de vandalismo sacrílego dirigiéndose algunos a la Capilla del Duque de Veragua presidida por la milagrosa imagen del Cristo Moreno, entonces,  mientras buena parte de ellos realizaban inútiles esfuerzos por derribar el retablo (que poco tiempo después, dañado por los efectos de esas tentativas, se desplomaría solo, ocasionando graves daños entre los que allí pernoctaban agotados por sus correrías destructoras) un individuo, vástago deshonroso de una familia vecina de la calle de la Concepción, por la que tantas y tantas veces descendiera procesionalmente el Cristo Moreno, individuo cuyo nombre es preferible no recordar, protegido innoble de los Padres Misioneros, asió un hacha y profiriendo terribles blasfemias: “¿No eres el Cristo del Socorro? - aseguran que decía- ¡pues baja y sálvate a ti mismo!”, iba descargando hachazos sobre la indefensa imagen hasta que de ésta sólo quedó un montón de astillas. Ese fue, según me cuentan, el final de la antigua imagen del Cristo Moreno, el primitivo Cristo del Socorro. Las imágenes de los Cuatro Santos atribuidas a Francisco Salzillo y la de la Virgen del Rosell, Patrona de la Ciudad, se salvaron de tan trágica destrucción en esos momentos iniciales; las primeras, por ser propiedad municipal, gracias a la intervención del que fuera Cronista Oficial de Cartagena, Don Federico Casal; posteriormente, fueron escondidas en casas de familias cartageneras y la de la Virgen me imagino que de la misma manera aunque, según reza una antigua leyenda, se hace invisible en tiempos de peligro y así sucedió en esa fatídica jornada. En cuanto al edificio en sí, durante aquel terrible primer año de guerra la Catedral de Santa María quedó prácticamente en ruinas a consecuencia de uno de los bombardeos que asolaban la ciudad casi a diario.

Pero el 25 de julio del 37, Santiago, la noche parecía que iba a ser apacible, el carabinero que cumplía su guardia en la Algameca hizo suya la frase de Andrea Doria y oteando a lo lejos, en la remota línea donde el cielo y el mar se confunden, pensó en voz alta, no exenta de cierta aprensión, como espantando sus temores, habida cuenta de los sucesos acontecidos en el último año, que: “No hay navegación más segura que junio, julio y el Puerto de Cartagena” y, ya para si,  esforzándose aún más en calmar sus aprensiones, que: “la del Patrón de España va a ser una noche tranquila”

¡Tal no hubiera pensado! Hacia la medianoche, al carabinero se le figuró oír voces angustiadas que provenían del mar: “¡¡Socorro!!”. Prestó oídos y sólo oyó el perezoso rumor de las cansinas olas rompiendo contra las rocas; pasados unos minutos la voz volvíose a oír, ésta vez más claramente: “¡¡Socorredme que me ahogo!!”. Al buen carabinero se le pasó un momento por la cabeza que aquellas voces  podrían llevarlo a una emboscada. “¡¡Socorro!!”, se oyó nuevamente unos segundos después, el hombre no  lo pensó más, la compasión le ayudó a vencer todos sus temores, buen conocedor del terreno, con tres saltos salvó la distancia que le separaba del mar, y allí flotando en el agua observó lo que en principio le pareció un leño; conforme se fue acercando, la madera fue adquiriendo una nueva forma, un cuerpo enjuto y unos fibrosos brazos en cruz emergiendo sobre la seda oscura del mar y un rostro extremadamente cetrino vuelto hacia el infinito, hacia la negra llanura del cielo estrellado, al carabinero le pareció estar nuevamente ante la antigua imagen del Cristo Moreno que hasta hacía un año presidiera la Capilla del Duque de Veragua. Desgraciadamente, poco tiempo necesitó para ver que  no era así: al aproximarse un poco más, el hombre pudo comprobar consternado que no se trataba de una escultura tallada en madera, que en realidad era  un cadáver, dirigió una mirada ya más sosegada al cuerpo inánime, en el mismo instante, la luna,  oculta anteriormente por unas nubes, iluminó momentáneamente el rostro del yacente, fue tan sólo un instante pero éste bastole al carabinero para comprobar que tenía ante si el cadáver  del mismo joven, protegido de los Padres Misioneros que, pronto haría un año, había profanado hasta su total destrucción la prodigiosa imagen del Cristo del Socorro.

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