lunes, 2 de mayo de 2011

Bravía, inexpugnable, imbatida y orgullosa (I)

A pesar de las temperaturas suaves, el invierno en Cartagena se deja  sentir, de un lado la humedad, esa humedad terrible que cala hasta los huesos traspasando cualquier prenda de abrigo, de otro lado las viviendas están pensadas como albergue contra la canícula y no para refugiarse de los fríos invernales, menos mal que esta es tierra de primavera temprana.
La llegada de la Primavera es un acontecimiento que se espera en la ciudad con impaciencia. Puede ser un buen  día de finales de febrero o en la primera mitad de marzo,  esta llega sin avisar, así de sopetón, en pugna con el viento, otra constante en Cartagena, un aliado a la hora de paliar los calores del verano y que en febrero resulta francamente molesto, hasta que, finalmente, el cielo se vuelve más azul, si cabe  en este rincón  mediterráneo,  el ambiente huele a claveles, a fresillas, a geranio, a azahar… el viento se transforma en brisa que acaricia y agrada ¡Ya está aquí! Ha llegado la estación de la renovación de la vida.
Un domingo, cuando comience a despuntar la Primavera, oiré rumor de tambores, me asomaré a mi balcón cartagenero y los  veré desfilar, una vez más, marciales y airosos, a los sones de sus alegres marchas. Lo haré con la idéntica ilusión con que lo han hecho  generaciones enteras de cartageneras desde finales del s. XVIII, un siglo después de su creación en 1.685. Polainas, medias, guerrera y morrión: son  los granaderos.